jueves, 8 de enero de 2015

Segundo día

Tengo sueño, más que ayer, pero menos que mañana. Tengo ganas de llorar del sueño que tengo. No sólo mi cuerpo no se está acostumbrando sino que madrugón a madrugón está sufriendo un grave deterioro. Arrastro pies y brazos. Llego tarde a todos lados. Se me queda la mente en blanco. Tengo un frío espantoso. Quiero una batamanta. Un poncho no. Sé lo que es un poncho. Yo llevaba ponchos mucho antes de que cualquiera de vosotros hubiese visto aún uno. Sí. Cosas de mi madre. ¿De qué me serviría el poncho? ¿Y mis manos? ¿Qué hago con las manos mientras doy clase? ¿Me las-? Quiero una batamanta, reivindico las batamantas y quiero poder tirarme con la batamanta puesta todo el día. ¿Y a quién le importa lo que yo haga, lo que yo diga, lo que yo piense o lo que yo lleve puesto??? Me da igual. ¡Y mi pelo! ¿Os hablo de mi pelo??? Indómito, rebelde, fiero, a su bola, otro horror. Desisto, abandono, me retiro, hasta que no vuelva a la rutina, paso tres kilos de la apariencia física y del aspecto que presento y mucho más de lo que opine la gente al respecto. Llevo dos días madrugando. Gracias. ¿Que por qué no me echo una siesta? Tengo a la grande haciendo deberes, los deberes de primaria son algo así como guantánamo. Y como estamos castigadas de tele, tengo a la pequeña entreteniéndose justo a mi lado con un libro que reproduce los ruiditos que hacen los animalitos. Y me están entrando ganas de cometer un libricidio.Y no sólo eso, sino que dentro de una hora tengo que dejarlas a las dos en kárate (algún día me defenderán, lo sé, tengo mi confianza ciega puesta en ello) e ir ipso facto a Huércal a comprar dos regalos para uno de esos cumpleaños infantiles, que dicho sea de paso se quedaron en la gloria cuando sacaron la moda. 


Aparte de eso, gracias a Dios, la vida pasa felizmente si hay amor. 
No lloro porque me da sueño.  Grrrr.


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