lunes, 21 de abril de 2014

La avioneta

Ha vuelto a llover hoy a las 3 igual que ayer.

Y hoy también y a su manera me ha gustado la lluvia.

Porque ayer en un descuido, cuando salía corriendo del coche para refugiarme en el porche de la casa, la lluvia se me coló por el cuello de la camiseta y  me mojó el cogote fría como estaba, y me estremecí  con un efímero y placentero cosquilleo que me hizo sonreír justo antes de refugiarme en el sofá debajo de la mantita rosa.

Esta tarde igual que ayer, a eso de las 3 llovía cuando salía del edificio de la ESO. De una llovizna de las que vaporizan el aire y lo dejan limpio y fresco, de las que lo hacen estremecerse con un efímero y placentero cosquilleo, de las que lo llenan de olor a lluvia y a tardes de caracoles.

Porque hay veces en que el sol me ofende de tanto que brilla, como si quisiera reírse en mi cara y me hiciera navegar a contracorriente de su insolencia. 

Ayer el sol se me nubló a las tres de la tarde, de una tarde de meriendas de domingo de Pascuas cuando la gente del Valle se tira al monte a asar fiambres y a preparar arroces a la lumbre y a emborracharse para celebrar que el Señor ha resucitado. 

Y entonces, reunidos alrededor de la mesa del comedor coronada con  una fritá de conejo y una paleta de cordero en salsa, empezaron las apuestas para saber si acabaría lloviendo o no. Y los hombres de la casa sentenciaron con rotundidad que no. Que ya se encargaría el avión rompe-lluvia de no dejar que lloviera. A lo que las mujeres como si se hubiesen unido por su condición se echaron a reír por aquel cuento infantil de la máquina destruye-aguaceros. Y los hombres, cargadetes de vino, aseguraron que era cierto, que cuando el cielo se cubría, se podía oír en el  Valle el motor del avión antilluvia aniquilando las nubes. Y las mujeres replicaron que no tenía sentido tamaño esfuerzo realizado en una zona de la que nadie se acordó nunca. Y los hombres contestaron que aquel era un avión contratado por las grandes empresas agrícolas asentadas a unos cuantos kilómetros de allí las cuales, regadas por el agua buena del Negratín, querían evitar a toda costa que sus cosechas de lechuga quedaran devastadas por las granizadas y las lluvias torrenciales que de tanto en tanto asolaban la región. Pero acto seguido y para rebatir, una de las mujeres tuvo a bien recordar la novela de su más ilustre paisano en la cual cuarenta años antes ya se hablaba de aquel avión fantasma que nadie vio varado en tierra alguna y que bien debía heredarse entonces de padre a hijo de una raza maquiavélica desconocida. Aquella anotación pareció desbaratar definitivamente el argumento de los hombres y demostrar que todo resultaba de una leyenda que los hombres se inventaron de pura rabia porque no encontraban otra explicación del porqué de una zona tan deprimida y tan olvidada siempre de todos y de todo que hasta la lluvia se olvidaba de ella por años y a veces decenios.  Y como en estos y en otros, todos los asuntos de importancia se dirimían en el google, una de ellas se cogió el móvil y buscó y se sorprendió de pronto al encontrar que no hacía tanto se había conformado una asociación en el Valle en lucha contra aquel avión destroyer.

Y fue cuando se puso a llover, e imaginando que las lluvias habían debido de pillar al piloto del avión rompe-nubes en un renuncio o borracho de meriendas o llanamente en el váter, mientras daban buena cuenta de las viandas que la coronaban, todos los congregados en torno a la mesa se echaron a reír. 






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