martes, 3 de diciembre de 2013

La lesión

Si cuando digo que diciembre ha empezado cojonudamente...

Y pensar que todo ha sido por culpa del mal olor.

18:00: la articulación interfalángica de mi dedo anular izquierdo está tan hinchada que apenas puedo doblarla. El simple roce me duele. Pero la mente es sabia y ha anulado cualquier actividad programada para las próximas veinticuatro horas dejando el dedo completamente aislado. Al parecer ahora sólo cabe esperar a que se deshinche. O se gangrene, según-

Por cierto, es una pena que  a nadie parezca importarle mi dedo. Y eso que lo he publicado en twitter a ver si alguien se apiadaba de mí. Pero nada. Nota mental. Apuntarlo en mi lista de cosas que echar en cara.

16:00: dolor que va intensificándose en el dedo. Apenas puedo doblarlo. Hasta el viernes no vamos a Almería. Mal asunto como empiece a hacer cosas raras del tipo hincharse por ejemplo.

14:25: el dedo ha dejado de doler tan intensamente. Podemos seguir jugando al voley. Sólo molesta con el contacto. Con que no toque nada, en un par de horas se habrá calmado.

14:20: salto a por la pelota, estiro el brazo izquierdo y lo rozo con la punta de los dedos de la mano izquierda. Dolor intenso en las extremidades al frenar el balón. Me lo toco de todas las maneras, intento doblarlo, lo aprieto, que es el método científico fiable para comprobar si la lesión es grave. El dedo se mueve con dificultad, pero se mueve. No está roto.

14:10: me lo estoy pasando en grande. He metido cinco o seis puntos directos con mi saque. Hace 17 años no jugaba así. O al menos el concepto que siempre he guardado de mí es el de una ridícula patosa. 

13:58: estamos por fin dentro. Nos han dejado un balón de voley. Hace exactamente 17 años que no juego. Desde aquel verano en que participamos en un torneo interpueblos. Estaba Oria, Arboleas.. ¿Quiénes eran las terceras? ¿Zurgena? ¿Partaloa? Mierda. No me acuerdo. Acabamos las terceras de tres, ganamos un set durante todo el campeonato. E íbamos en las fiestas de San Roque con los pies blancos y la marca de los calcetines de entrenar las tardes de aquel verano en las pistas del nuevo colegio. Me lo pasé bien.

13:54: Luis está en clase. Mis nenes que saben más que yo insisten en esperar, que se van para las pistas y que nos vamos a poder quedar. Esperamos pues. 

13:53: pasamos al lado de las ventanas de dirección y de secretaría y a mí, yo que siempre fui buena, me da miedo que salga alguien a echarme la bulla. Lo dicho, siempre fui buena. Obediente con las leyes. Todas. Y sufro mucho en estas situaciones. Pero no hay moros en la costa. O al menos que asome. Nos vamos al pabellón pues.

13:52: pero mis alumnos deciden que mejor que la calle es el pabellón. Y como yo nunca mando, allá que vamos.

13:51: entro en el aula de apoyo. La peste me echa para atrás. Ya no sólo huele a sucio sino a comida retestinada o cualquier otra cosa que fue en algún momento orgánico. Al parecer algunos han decidido ahorrar en gel ahora que hace frío. El olor podría acabar con el estómago más duro. Ahí no hay quién viva. Decido que nos vayamos a la calle.

13:50: estamos en las escaleras del edificio del Mármol. Veo a Álvaro y a María del Mar remoloneando.  Los llamo cariñosamente, esto literalmente. Me encuentro con Indalecio. Nos metemos para adentro y subimos para el aula de apoyo que es la que nos toca en alternativa. Los últimos de los últimos.

13:48: espero sin muchas ganas de estar allí, hoy menos que ayer pero más que mañana, seguro, a la salida del edificio central a que aparezcan mis siete fantásticos. A ver lo que vamos a hacer hoy en alternativa. No llegan. No sé dónde coño se han metido. Por fin aparecen Jesús y Sergio. Vamos al edificio del mármol.

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