domingo, 3 de febrero de 2013

Días de viento, de aire y de aguaviento

Se ha vuelto a levantar el viento o el aire, como dicen aquí. 

Es esta una expresión curiosa, anómala, preciosa por diferente a las demás, que choca a los puristas de la significación que no entienden lo de que hace aire, porque aire siempre hay, el aire está aquí, nos rodea, es estático, no se mueve; pues no, siento confirmar que en días como hoy no lo es, de hecho hoy hace un aire de mil demonios, del que de vez en cuando hace temblar los cristales del salón, del que ulula y aulla sin parar, llenando las calles con sus reproches y lamentos. 
 

Por estos lares no llueve ni nieva nunca, sólo hace aire. Aunque ayer por un breve espacio de tiempo estando yo haciendo la plaza, se cubrió el cielo y el aire empezó a echar agua en forma de lluvia fina a la exclamación de ¡oh, aguaviento! de los transeúntes. Pero eso no es lo normal. Puede que cuando estos cerros estuvieran recubiertos de encinares, el aire aun no existiera. O puede que fuera el aire y no las minas el que se llevara a los árboles. 


El mismo aire que se lleva a alguna gente, ese aire que dicen que les da de repente a algunos y se les va la cabeza. Tras un exhausto examen, el médico forense dictaminó que le había dado un aire y que por ello se ahorcó.


Pero a mí lo que de verdad me inquieta del aire es ese recuerdo que aun conservo. 


Hace años, viviendo en Bron con mi tía, en el primero de los dos pisos que habitamos, el que estaba frente al parque donde está el fuerte, una tarde gris y lluviosa porque allí sí llovía, pues una tarde volviendo del instituto al bajar del autobús y subiendo la última calle, tuve una revelación. Moriré aplastada por la caída de un letrero en un día de mucho viento. Allí hace viento que no aire. Mejor dicho, moriré por un traumatismo cranoencefálico severo provocado por el golpe de un letrero al arrancarlo el viento. No vi qué letrero era, no presté atención al detalle pero supongo que era de un tipo muy común, ni tampoco vi en qué momento ni en qué país ocurriría mi desgracia. Pero desde entonces, en los días de mucho aire, y cuando no me queda más remedio que salir a la calle, miro con recelo cada una de esas pancartas y letreros intentando averiguar cuál será el funesto objeto de mi desgracia que puede que de tanto mirar hacia arriba acabe cayendo o atropellada, quién sabe. Pero de ocurrir lo que me fue revelado, no digáis que no os lo dije.


¡Feliz y ventoso domingo!

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