domingo, 18 de noviembre de 2012

El protegido

El Protegido se estrenó en España en enero del 2001, y fuimos al cine a verla. A los Multicines de Granada. 


Me gusta M Night Shyamalan. Me gustan sus películas. Para los amantes de la acción trepidante y los sobresaltos repetidos y sincrónicos, Shyamalan resulta en la mayoría de los casos lento y pesado en el desarrollo de la trama, muy diferente a  lo que cabría esperar del género fantástico actual; los efectos especiales tampoco son espectaculares, en algunos casos incluso inexistentes. No, no son pelis para los amantes de las montañas rusas y el tren de la bruja, pero a mí me gustan porque sus diálogos son inteligentes, muy versados en la palabra, los desenlaces son la mayoría de las veces sorprendentes y me cuentan historias, qué digo historias, me cuentan cuentos, cuentos que no sólo me asustan sino que me hacen reflexionar y soñar en otras realidades mucho después de haberlas visto.


Recuerdo perfectamente que fuimos a ver "El protegido" por la tarde, ya había anochecido cuando entramos. No había demasiada gente en la sala. Delante de nosotros había dos chicos y una chica. Uno de ellos soltó un pedazo de eructo, a lo cual el otro se dio prisa en contestar "eso es el dolby surround". Y la verdad es que nos hizo bastante gracia el comentario. Al otro lado del pasillo a la izquierda, había un grupo de chicos con discapacidad que habían ido juntos a verla.


No recuerdo cuánto vimos de la peli, si un cuarto de hora, si más de la mitad. La última escena que vimos era una de día, cerca de un campo de béisbol o de baloncesto, y en la pantalla estaba la cara de Bruce Willis o de Samuel L. Jackson. O tal vez de los dos. Yo no me di cuenta en seguida. O puede que sí pero no le di importancia, mientras se hacía cada vez más patente que la parte alta de la pantalla se estaba llenando de humo aunque no lo olíamos. Y nos quedamos ahí sentados segundos, puede que incluso minutos, señalando y observando cómo el humo iba invadiendo la pantalla preguntándonos si formaba parte de algún efecto especial, porque todos habíamos ido a ver una peli sobre un tío que resultaba ser el único superviviente de una catástrofe ferroviaria. Y nadie se levantó.


De ese letargo, de esa tonta postración nos sacó un acomodador detrás de nosotros alertándonos de que teníamos que abandonar el cine cuanto antes. No me acuerdo de si las imágenes seguían transcurriendo en la pantalla pero sí de cómo nos levantamos y salimos sin empujarnos, creo que todavía entumecidos por la acción de la gran pantalla y la oscuridad de la sala. Nos dimos cuenta al salir de lo que estaba ocurriendo, el pasillo y las escaleras que conducían a la salida estaban inmersos en las tinieblas de aquella letal niebla y el olor y el gusto de aquel humo nos devoraba las gargantas a picotazos por dentro.

Fuimos la primera sala en ser desalojada. Ya en la calle pensé en aquel grupo de chicos con discapacidad y de cómo no nos habíamos preocupado en ningún momento de ellos ni de nadie, simplemente habíamos huido. Así que al verlos salir sentimos algo de alivio. Al cabo de un rato de observar la acción de los bomberos y de los servicios de urgencias, y pidiéndonos que nos alejáramos, nos fuimos. Y más tarde, ya en casa nos tomamos cada uno una taza de leche para limpiarnos del humo por dentro, y ahí se acabó todo.


Cuando les preguntas a los niños de todas las condiciones, las bestias pardas o los angelitos, si prefieren ser niños buenos o malos, todos te contestan que quieren ser buenos. El Protegido plantea una cuestión muy simple: si yo me dedico a hacer el mal, siempre habrá alguien en este mundo que compensará el mal que yo hago haciendo el bien. Por cada villano que nazca, nacerá un héroe. Y ese es el eterno dilema, elegir entre hacer el bien o el mal. Ahí lo dejo,





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