domingo, 6 de mayo de 2012

Un día de la madre

En mis recuerdos, el día de la Madre es una mañana soleada de domingo de hace tantos años. 

Andábamos mi hermana y yo por la Rue Alfred de Vigny. Después de cruzar la Avenue Jean Jaurès que cortaba ambas vías, la Rue Alfred de Vigny era la calle contigua a la Rue Victor Hugo donde vivíamos en un HLM. La diferencia entre ambas calles saltaba a la vista. A nuestro lado, bloques de viviendas de protección. Al otro lado de la avenida, casas unifamiliares, de altas tapias sobre las que se asomaban los altos de los jardines frondosos y arbolados. Recuerdo la Rue Alfred de Vigny como una calle ancha, con su doble carril a ambos lados, y muy luminosa, en comparación con la avenida que bordeaban dos hileras de plátanos  y los rayos del sol alcanzaban la acera sólo al trasluz de sus copas. En aquel entonces no había tranvía como ahora. Y no sé si equivocadamente pero recuerdo las tapias de la Rue Alfred de Vigny como una sola uniforme y beige.

Girábamos en la segunda calle a la derecha, la Rue Johanny Berlioz, más estrecha, sombría y caótica, con casas casi selváticas, algunas de ellas rayando incluso lo cochambroso, cuyos setos parecían haber explotado hacia el exterior y buscaban a través de las rejas  el roce los caminantes,  y seguíamos  todo recto hasta llegar al cruce con la Grande Rue, donde se encontraban la floristería y la panadería.

La Grande Rue no era grande, muy al contrario. Pero por el aire añejo que sigue conservando aun hoy, concentra en dos de sus cruces y algunos tramos toda el encanto tradicional de un pueblo como tuvo que ser Saint-Priest antaño, con sus árboles centenarios, sus casas de tejas color burdeos, los postigos de madera de sus ventanas y puertas, y sus muros recubiertos de hiedra que guardan preciosos patios interiores, muchos de los cuales habían sido hasta hace poco corrales e incluso establos. Algunas de esas casas escondían en sus traseras flamantes vergeles. Yo los vi una vez.

La floristería y la panadería siguen en la Grande Rue, ajenas al paso del tiempo. La panadería está en la esquina con la Rue Jean-Jaurès. Aún recuerdo el olor y el sabor de sus pasteles y bollos. Cierro los ojos y veo perfectamente el mostrador, al entrar, enfrente de mí, con las chuches encima, les pains au chocolat y les croissants en los estantes de arriba, los dulces multicolores y deliciosos en las bandejas de abajo. El pan detrás. Sin embargo, no recuerdo nada más de aquel día, ni siquiera la floristería, excepto algunas pinceladas de nuestra vuelta a casa, y el ramo de rosas de color melocotón adornado de paniculata que le regalamos aquel domingo a mi madre.

Bonne Fête Maman!

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